Cine, Historia

A veces es divertido ser reina.

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The Favourite narra una historia de época poco tradicional. Estamos acostumbrados a cuentos de poder,guerra y conflictos entre miembros de la familia burguesa que se limitan a dar una visión formal de la vida en palacios, detrás de las reformas, leyes y vestidos elegantes. Los personajes siempre están siguiendo el protocolo.

Yorgos Lanthimos no parece gustarle los protocolos. Desde sus obras tempranas como Kinetta y Kynodontas, el director griego apuesta por la sustracción del alma y carácter  de sus personajes. Película tras película cada uno de ellos parece sacado del molde del anterior: seres humanos que aceptan la realidad distorsionada donde conviven, sin cuestionarse sobre lo que no parece funcionar o siquiera intentar librarse de los pensamientos que los aprisionan. Muchos se refieren a estas situaciones como surreales, pero sería inadecuado decir que son mundos sacados del inconsciente o de lo irracional. Estos pequeños mundos de Lanthimos son realidades alternas donde los sentimientos y las reacciones están minimizadas al máximo, distopías de lo que conocemos pero siempre con la leve sensación que pueden llegar a pasar.

Los diálogos incómodos hacen parte de la fórmula de Lanthimos para hacer cine. El poder del lenguaje controla las realidades en sus películas, hace que las historias se desarrollen en limbos donde es muy difícil predecir que pasará. Los tintes de humor negro hacen que sea posible atar cabos en diferentes direcciones. Nos deja sin herramientas para entender su microcosmos. Y esa es su gracia.

Ahora con la película nominada a los Globos de Oro y los premios Oscar, The Favourite parece ser la predilecta para ganar varios galardones y la producción más digerible del director griego hasta la fecha. En esta oportunidad, los personajes de Lanthimos se destacan por su expresividad, cada uno demuestra su esencia, saben de donde vienen y para donde van. A diferencia de películas anteriores, los personajes parecen no estar subordinados a un poder superior que condicionara su forma de vida. La libertad es casi completa. Aún así, vemos escenas donde la risa y los bailen son la excusa para liberar la tensión: Son lapsos de tiempo que parecen que toman un largo tiempo en concluir, dan un respiro complicado de procesar. El sexo también sigue siendo ese acto de instinto animal, más que de deseo es de supervivencia.

La fotografía es responsable que este mundo de la realeza no sea como el que tenemos en mente. El lente que nos da la sensación de que nosotros como espectadores estemos al otro lado de la puerta o contemplando el palacio de la reina dentro de una bola de cristal. Es un mundo claustrofóbico donde las ganas de poder nos ahogan y la rivalidad es la única esencia que se respira. Nos da la posibilidad de fijarnos en todos los detalles que componen la puesta en escena. Afuera todo se ve claro y presentable, mientras que dentro todo está bajo la tenue luz de las velas, se dificulta ver que hay dentro. Algo en este mundo falla, pero es difícil describirlo y más tratándose de la intachable élite inglesa, siempre vista como el ejemplo a seguir según los libros de historia.

Adicionalmente, el dialogo se torna moderno. Pocos adornos y más expresiones que van al punto, pasando por encima de los modales. No es un dialogo tan incomodo como en producciones anteriores pero si resalta la anacronismo del relato. Lanthimos nos trata de de mostrar un mundo más contemporáneo, casi comparándola con la ridícula idea de la persistencia de las monarquías actuales. Son símbolos de poder que toman decisiones mas por su estado de animo y relaciones interpersonales que por un bien común. Son individuos impulsivos. La tensión de sus problemas se disuelven en lujos, bailes y encuentros sexuales sin otro fundamento más que el hambre del poder. Son participantes de una guerra distópica que solo ellos viven dentro de su castillo de cristal.

Yorgos Lanthimos ha llegado muy lejos con el arte de la provocación y poco a poco va ganándose su puesto en los más altos pedestales de la industria cinematográfica. Nos muestra ese algo que podemos ver pero nunca podremos tocar.

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Cine, Series

Yo elegí ver Bandersnatch

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Bandersnatch es la prueba que, a pesar que la tecnología nos da la libertad de tener el control, esta siempre nos va a empujar a tomar una decisión.

Esta película es la primera (producida y distribuida por Netflix) en ser interactiva dirigida a un público adulto. Sin dejar a un lado el terror psicológico de la ciencia ficción que se ha venido desarrollando en las cuatro temporadas de la serie Black Mirror, Bandersnatch ha logrado llevar al espectador a ser uno más dentro de la historia.

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Las primeras decisiones a tomar comienzan en simples elecciones que podríamos llegar a tomar dentro de una rutina cotidiana: ¿Cuál cereal comeré esta mañana? o ¿Qué canciones escucharé en el bus camino a mi destino? Este tipo de preguntas son apenas los preparativos que van dándole los tintes setenteros al ambiente donde Stefan, un chico solitario y nervioso, se precipita al complicado mundo de la programación de videojuegos. A medida que avanza la historia y nos vamos enterando de cuales son las necesidades y deseos de este personaje, nosotros como espectadores debemos hacer elecciones más complejas que involucran simbologías, números e iniciales.  Estos nos obligan a avanzar, regresar una y otra vez a puntos de la historia donde hay que dirigirnos a direcciones contrarias. Para ilustrarlo mejor, Colin, un programador exitoso y enigmático, explica la teoría de Pacman: un ser creado para ser controlado, el cual solo consume para salir del laberinto con el fin de entrar a otro. (Muy acorde a lo que hacen las series creadas por Netflix con nosotros ¿no?)

Al tener el control sobre que elecciones tomará el personaje principal, nosotros como audiencia nos dejamos llevar por nuestro propio instinto y razonamiento. Nos personalizamos de la situación y pensamos por nosotros mismos. Es normal y natural querer ponernos en el lugar de Stefan y seguir el hilo de la historia a nuestro forma de ver. Ese es el primer error que cometemos con Bandersnatch. Fallamos al ignorar su poder como personaje, que tiene sus propios objetivos y manera de llegar a ellos. Pasamos por alto detalles que , a lo mejor, harían más fácil el desarrollo de la película. Es nuestro deber pensar como Stefan y no actuar como si nosotros fuéramos los programadores ingleses de los setentas.

La trama laberíntica de Bandersnatch reta nuestra paciencia y memoria. Esta película no es para los que prefieren dejarse llevar de la mano hasta un único fin posible y correcto. Todas las posibilidades deben ser consideradas y en ningún momento debemos pensar que hemos elegido mal ya que todas las opciones son viables. ¿Con diferentes resultados? Si. Por eso debemos atenernos a las consecuencias de nuestras decisiones y considerar cada vuelta al pasado como el descubrimiento de información útil para tomar otro camino. Por eso solo es posible tomar ciertas decisiones siempre y cuando hayamos regresado al pasado. El espectro de la realidad se dilata y aclara al experimentar estos flashbacks. Durante todo el desarrollo de Bandersnatch nos dejan más que claro el gran abanico de opciones que los mundos paralelos tienen para ofrecernos. Es igual de probable que Stefan logre el éxito de su videojuego como que resulte muerto a la corta edad de cinco años al lado de su madre en el accidente de tren.

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En cierto lugar del laberinto de la película, el papel de Netflix como plataforma online de entretenimiento se destapa y nuestro rol de público controlador queda al descubierto. A su vez fortalece la teoría de Stefan que el existe para ser controlado. ¿Exclusivamente por nosotros? No exactamente. Nosotros elegimos entrar en el juego Bandersnatch así que estamos bajo las reglas de los creadores de este. No solo Stefan está dentro del laberinto, nosotros como espectadores también estamos atrapados en él.

Es angustiante la responsabilidad que se nos otorga al momento que decidimos ver Bandersnatch. El sentimiento de encontrar una salida aumenta cada vez que una decisión es tomada. Nos abruma el hecho de chocar con una opción sin salida, sin final feliz o al menos una que no satisfaga ni al personaje ni al espectador. Cada vez que avanza la historia, las decisiones a tomar se tornar violentas e impulsivas, hasta el punto que nos cuesta creer que se pueda llegar a actuar de tal forma. Destruir el ordenador donde hemos estado trabajando por meses, saltar por un balcón o descuartizar a nuestro propio padre son acciones que están al final de nuestra lista si estuviéramos en su lugar. Pero, aún así, las tomamos por Stefan porque estamos en nuestra zona de confort. Veamos como lo hace y que tal resulta. Es sorprendente la posición que tomamos, tan ceñida pero a la vez tan separada de la realidad, nos transformamos a medida de las situaciones que vamos eligiendo. La psicosis no es solo de Stefan, ni de Colin, ni de la Dr. Haynes, ni de Peter. La psicosis la empezamos nosotros.

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