Arte, Educación

Cifras y no letras

copia.jpg

La educación en Colombia es un negocio y ahora lo puedo afirmar con mas franqueza. Luego de mi experiencia como profesora de arte en uno de los colegios privados considerado como los mejores según ellos mismos y posicionados dentro de los cincuenta con mejores resultados en el ICFES (examen de valoración de calidad de educación a nivel nacional) puedo decir que si. No tuvo que durar mucho para que en los primeros días se diera a conocer las verdaderas intenciones de un colegio que piensa en la educación integral, en el dominio del inglés como segunda lengua y los diplomas de métodos internacionales como el Cambridge y el IB donde se involucran las artes visuales como una materia de igual (o mejor, parecida) importancia que las demás, una revelación idílica en países Latinoamericanos.

Empecemos por el principio. ¿Qué se esperan de las artes visuales y sus profesores en colegio privados en Bogotá? Básicamente crear y mostrar. Un padre y una madre quieren ver que el trabajo de su hijo o hija sea digno para colgar en la pared o una decoración de mesa de oficina. ¿Solo eso? Si. Ellos han crecido con el concepto del arte decorativo. Por consiguiente, se espera que los profesores de artes guíen a sus estudiantes a hacer cosas para mostrar y que valgan su inversión de 30 millones de pesos anuales de alguna forma. Palabras dichas por un directivo artístico. Así suena el mercadeo educativo.

¿Qué es lo que espera un graduado o graduada de artes visuales al entrar a un puesto de docencia en un colegio privado de Bogotá? Un poco más de seriedad. No espera formar a estudiantes que amen y respiren arte pero si que entiendan su importancia, sus métodos y sus críticas. Sus elementos más básicos y sus elementos más rebuscados. Una materia que no sea vista de relleno dentro del pensum educativo. El arte en los años de juventud e infancia tiene que ir estrechamente ligado a el proceso creativo, al descubrimiento y la expresión. No tienen porque terminar haciendo oleos dignos para exhibir en el despacho del rector.

Ahora, Cambridge y IB exigen la inclusión del arte dentro de su desarrollo escolar. Exaltar el arte como una materia de formación y no de ocio se convirtió en la tarea de estos colegios bilingües. Hay que hacer una revolución. Es momento de que sus hijos e hijas se formen como artistas aunque su interés realmente sea que estudien carreras que den dinero porque el arte ‘’no da de comer’’. Así estamos. Vendemos una idea para que luego sea desechada y la revolución termina en la presentación final de año en un lugar caro, con escenografías hechas por terceros, obras de arte retocadas por el profesor en sus momentos libres y padres esperando que su hijo salga en alguna de esas presentaciones para grabarlo en vídeo.

La palabra inclusión usada para mostrar un colegio más amigable y abierto a toda posibilidad de cambio es peligrosa. Que bonito es saber que hay una atención especial para aquellos estudiantes que no tienen un ritmo de enseñanza como los otros graduarse sin problema gracias al trabajo de los profesores capacitados para eso. Ver para creer. Es importante que los padres desconfíen porque no todos los que trabajan allí saben de los procedimientos adecuados o siquiera la información concreta del estado del estudiante. La inclusión es ideal de puertas para fuera pero lastimosamente no es así en el día a día de colegios que apuntan a este modelo bilingüe. Hay que acordarse que la mayoría de empleados están allí para que todos los estudiantes hagan valer la matrícula y no para encaminarlos en sus gustos o descubrimientos basándose en lo aprendido. Si hay algo o alguien que no deja avanzar y completar ese proceso, es un problema.

Hay un abanico de posibilidades institucionales y sería un error generalizar. A pesar que los procesos de admisiones sean peleados, perder menos de dos materias sea un milagro y cada colegio quiera obtener los individuos que más aporten a su estatus educativo, todos están conectados de otra forma. También hacen propuestas para aquellos ”desaventajados”. Si un niño o una niña está por perder el curso, tranquilo. Lo más probable es que el colegio busque la forma para que no lo haga. ¿Por qué? Fácil. El estudiante se rendiría a la evidente carga académica que tienen que soportar y pediría cambio de colegio. Es más frecuente de lo que parece. Mientras tanto, otras instituciones estarían al asecho, proponiendo pasarlo de curso sin ningún problema. No se sabe desde que punto el sistema está fallando: ¿estamos tratando de crear niños que puedan tocar el violín, cantar en el coro, jugar en el equipo de fútbol, estar en competiciones de ajedrez, hablar en tres idiomas y ser buenos en materias esenciales como matemáticas y biología? O ¿las instituciones están apostando a la imagen proyectada, los ingresos y los rankings?

Es evidente el problema cuando las posiciones del ICFES salen en una revista llamada Dinero. Padres, profesores y directivos se dirigen a ella para consultar cual es la mejor opción, quien ha mejorado, quien ha empeorado. La mayoría de colegios de ‘’buena reputación’’ están dentro. Hay unos pocos que se saltan la regla y se mantienen con firmeza en las primeras posiciones, no se han sometido a los estándares de alguna organización de Inglaterra o Estados Unidos y se han limitado a educar en forma y esencia. Es de admirar dado el intenso panorama en el que se vive en términos de educación en el país. Pareciera que la urgencia de las instituciones es crear líderes pero lo que es realmente es importante es dejar que un niño crezca y tenga al alcance las herramientas propicias para desarrollarse como debe ser.

Standard